La falta de oportunidades que hay
hoy en la sociedad, unida a la ausencia de valores sólidos confiables, están
haciendo proliferar la generación “Ni ni”:
jóvenes que teniendo el deber de elegir un rumbo, no eligen ninguno. Son
muchachos sin ideas claras, sin ideales arraigados, que viven mantenidos por
sus padres, como si estos fueran a vivir eternamente. A menudo frecuentan los
parques infantiles haciendo pequeños corrillos, fumando y viendo pasar la vida.
Otras, se suben sobre sus monopatines o juegan con una pelota. Los hay adictos
al mando a distancia o a la videoconsola. No van a clase –pues se les pasó la
hora de ir a la escuela--, ni tampoco sienten la obligación de procurarse un
trabajo, por la dificultad que conlleva no tener desarrolladas especiales
aptitudes ni formación para ninguno.
Uno de estos futuros “ni nis” se
queja de que el mundo no mejora, porque unos están anclados en la corrupción y otros
ofrecen el cuento de Peter Pan y su país de Nunca Jamás; el resultado es que no
queda nada. Yo le diría que sí queda algo muy importante –incluso lo más
importante para superar cualquier bache--: uno mismo. Porque si al mundo no le
importas, y nadie te va a regalar nunca nada, sí tienes que importarte a ti
mismo. No rendirte jamás, aprender a luchar, saber caer y alzarte de nuevo. Esa
es la clave de la supervivencia: quererse a uno mismo.
Todos hemos venido a la vida con
un potencial. Con una disposición natural a una habilidad, o habilidades. Solo
hace falta fuerza de voluntad para desarrollarlas. El saber desarrollar una
habilidad no ocupa lugar y, si se lleva a cabo adecuadamente, es para siempre,
como lo es montar en bicicleta o tocar una melodía en un instrumento. Lo bien
aprendido se recuerda o recupera sin esfuerzo. Y dominar una habilidad, es
decir, saber hacer algo, nos va a abrir puertas que, de otro modo,
permanecerían cerradas. El destino depende en parte de la suerte –de la
estrella de cada uno—, y en parte de lo que uno esté decidido a hacer para
dominarlo. Como cantaba el poeta William
Ernest Henley (1849-1903), “Aunque el paso sea angosto,/ y repleto el
pliego de cargos,/ soy el señor de mi destino,/ soy el capitán de mi alma.”
No hay habilidad baladí, pues
nunca sabes lo que te puede servir alguna vez y lo que no. Desde saber artes
marciales, a dibujar, entender de ordenadores y lenguajes informáticos, diseño
digital, mecánica, electrónica, moda y estilo, música, etc. Los caminos son muchos;
no te cierres ninguno. Y si eres capaz de desarrollar más de una habilidad a la
vez, mejor, adelante con ello.
Durante la Segunda Guerra
Mundial, los prisioneros aliados del
Stalag Luft III –un campo de concentración alemán—decidieron preparar una
fuga multitudinaria. No escaparían solo dos o tres personas, sino varias
decenas, incluso cientos. Con este fin, excavaron bajo los barracones no un
túnel de salida, sino tres. Se querían dar varias oportunidades a sí mismos. Así,
si los vigilantes del campo descubrían uno de los túneles –como de hecho
sucedió--, les quedarían otros dos. El plan de fuga fue un éxito, y
consiguieron salir setenta y seis. En marzo de 2004, todavía vivían siete de
ellos, si bien es verdad que cincuenta oficiales evadidos fueron pronto
apresados, por diversas circunstancias tácticas, y fusilados.
Cuando Jorge Semprún Maura –filósofo de formación—fue recluido en
Buchenwald por su filiación izquierdista, salvó en principio la vida porque
otro prisionero escribió en su ficha que era estucador. Es decir, porque podría
efectuar trabajos manuales, útiles para los nazis. Más tarde, ocupó un puesto
de traductor en las oficinas del campo, por su dominio de varios idiomas. Es
así que una o varias habilidades, en su caso, le terminaron sirviendo para
salvar la vida y poder contarlo después de la guerra.
Nuestro destino no está del todo
escrito; lo vamos escribiendo nosotros, en un notable grado. Desde el momento
en que venimos al mundo, nacemos con la obligación de luchar por nuestra supervivencia,
por nuestra felicidad y bienestar. Porque somos hombres o mujeres, criaturas
racionales, hemos de asir firmemente, y contra viento y marea, el timón de
nuestras vidas. Tenemos que llevar la nave a buen puerto. No nos queda otra.
Apúntate a la vida.
© Antonio Ángel Usábel,
abril de 2016.