Un jefe es un superior, alguien
que comanda un grupo de trabajo y que toma decisiones que pueden afectar a sus
subordinados. Al jefe, generalmente, se le teme y se le respeta. Raras veces se
le reverencia, a no ser que sea capaz de demostrar un tacto, una habilidad y
empatía que le lleven a conectar con el equipo humano que dirige. Las mejores
empresas y los empleados más afortunados cuentan, en la dirección, con este
tipo de personas: aquellas que hacen sentir su autoridad, pero sin intimidar.
Que hacen que su sector opere con efectividad, pero sin olvidar los quilates de
un precioso lado humano. Al fin y al cabo, se está al frente de individuos
dotados de sensibilidad, necesitados en muchos momentos de estímulo y de apoyo.
Félix Conde Miranda
estaba al frente –hasta su fallecimiento el 29 de diciembre de 2017—del IES Senda Galiana, un centro de estudios rural situado en Torres de la Alameda, en el Corredor
del Henares. Más de ochocientos alumnos, procedentes, la mayoría, de familias
humildes. Félix era el director, sí, pero, primero, antes que nada, era Félix,
profesor de Educación Plástica, era Félix el compañero y el hombre. Era la
personalidad cercana, que se tomaba un café con hielo tranquilamente con su
equipo de educadores; que departía sobre cine clásico (que le encantaba) y
moderno, sobre héroes del cómic (Tintín, Corto Maltés), sobre arte y dibujo
(uno de sus últimos comentarios conmigo fue que había visto abundante y buena
obra de Alphonse Mucha en Praga, a raíz de informarle yo sobre la exposición
antológica de Madrid, en el Palacio de Gaviria). Un hombre abierto a todo y se
puede decir que a todos, porque por encima de los juicios críticos, puntos de
vista e ideologías, arraigaba muy firmemente en él un ánimo conciliador,
ecléctico incluso, de saber escuchar al otro y esperar a opinar después. Félix
era un gran diplomático: sabía caer bien a la gente, volviéndose cordial,
amigable, receptivo. Esto no quiere decir que lo consiguiera todo, que acertara
a ganarse siempre voluntades ajenas. Conseguía lo que podía, que a veces era
bastante. No se mostraba corrosivo con el poder, y prefería esquivar
enfrentamientos inclinando el trapo de la mayor hacia el lado del viento,
aguardando en lo posible los cortos virajes que la legislación permitía en ese
rumbo acordado.
Félix tuvo aciertos, y también
errores (como los cometemos cualquiera de nosotros). Creía que la organización
del instituto en aulas materia iba a aumentar la calidad de las enseñanzas
impartidas, cuando en realidad es un factor aún por determinar, que provoca
aparatosos movimientos de alumnos y profesores en cada intercambio de clase. Es
el modelo americano. Pero en Estados Unidos se suele realizar con mejores
infraestructuras, menor número de alumnos por aula y mesas siempre separadas.
Félix era un hombre muy humano,
que intentaba ayudar ante cualquier problema personal. Esto no quita para que nunca
olvidara su posición y te dijera con contundencia en qué debías mejorar. A
menudo, --y esto es un defecto generalizado en todos los jefes—se le olvidaba
reconocer las mejorías a título individual y prefería hacerlas extensivas a la
totalidad del claustro de profesores. Le costaba alentar, o incluso reconocer
el esfuerzo (si es que notaba que el tal se producía efectivamente). Luego, a
medida que la administración educativa apretaba el torno, Félix se fue
distanciando del entendimiento con cada miembro del equipo docente, para
guardar más las formalidades.
Sin embargo, tengo que decir que
lo he tratado como mi superior durante más de diez años, y que he sentido, de
corazón, que era la mejor persona a quien he visto ocupar cargos directivos en
un instituto de Secundaria. La más llana y accesible, y en buena manera,
comprometida. Seguramente le debo más de un favor que él me hizo en silencio.
Ahora, en su ausencia, hay que
mirar para adelante, y seguir ejerciendo con profesionalidad y firmeza nuestra
labor de educadores, que es lo que a él más le hubiera gustado y complacido.
Desde mi convicción de creyente,
ruego a Dios que le colme de la felicidad que aquí le haya quedado disfrutar, y
que le haya dado un buen puesto en la morada eterna, desde donde cuide de sus
dos jóvenes hijos, pueda consolar a familiares y amigos, así como continuar
alentando nuestra vocación y nuestra esperanza en un mundo más justo.
Descanse en paz. Así sea.
Antonio Ángel Usábel,
diciembre de 2017.