Llevaba yo cuatro años en mi
actual destino cuando tuve de alumna, en 3º ESO, a Rebeca Bartolomé
Mellado. Fue en el curso 2009-2010, el año en que nos visitó la
autora Blanca del Cerro para
hablarnos de su novela Soy la Tierra.
Di clase a Rebeca de Lengua
castellana y Literatura. La recuerdo como una chica alegre, pero responsable. Llevaba
la paz y la alegría consigo, y le gustaba utilizar una fina ironía. Tengo que
decir que era un regalo contar con Rebeca en el aula, porque comunicaba una
chispa especial.
Sus padres y ella eran creyentes.
Ahora, el pasado martes 20 de
noviembre, un conductor imprudente se la llevó por delante y segó su vida. Tenía 23 años.
Cuando sabes que ha muerto una
persona a la que has impartido clase, una parte de ti se resiente y muere
también. Porque deseas el mejor futuro para tus alumnos. Lo mejor de este
mundo. Que un día te enteres de que tal chico o chica ha llegado a un logro
importante. O que te lo encuentres y te recuerde con agrado y satisfacción, y
te pueda hablar de lo que hace, o de cuanto ha conseguido, o está por
conseguir.
No hay nada que pueda paliar
perder a un ser querido; y menos a quien es carne de tu carne y está en la flor
de la vida. Ser creyente, pensar en la recompensa de la Felicidad Eterna, da
fuerzas. Pero la pena, la amargura están ahí.
Ha sido la voluntad de Dios,
podemos pensar. Pero es una voluntad que escapa a nuestro entendimiento. No
conocemos el porqué de este tipo de daño. Por qué Dios necesita llevarse, tener
en su presencia, a personas muy jóvenes como Rebeca. ¿Es para incrementar su
coro de ángeles o de serafines? ¿Es para que el alma de esa persona buena obre
algo bueno por los que permanecemos aquí? ¿Para alguna misión relacionada con
el Creador o con su Plan de Salvación?
El controvertido escritor anglicano Clive Staples Lewis (1898-1963)
creía en la necesidad del dolor, aunque dicha justificación escape a nuestro
entendimiento. Veía en Dios toda bondad, todo bien. De un Ser así no puede
dimanar nada malo, nada tortuoso. Luego, resolución de este simple silogismo:
el dolor, la pena, han de producirse, aun bajo el Poder de Dios, por algo
necesario que un día nos será explicado.
Continúa considerando C. S. Lewis
que cuando somos felices, parece que nos olvidamos de Dios. No lo necesitamos,
inmersos en nuestro tiempo de dicha. Solo cuando llega la tristeza, la
amargura, o la desgracia, nos solemos acordar de Dios, para implorarlo. “—Dios mío,
¿por qué?” Pero no obtenemos respuesta, sino el silencio. Hubo quien lo llamó
desde la cruz, sintiéndose perdido por abandonado. Dios es cruel, cuando exige
de nosotros tanta confianza, tanta fe. ¿Volveremos a encontrarnos, en otra
dimensión, cara a cara con nuestros seres queridos? ¿Habrá una segunda
oportunidad tanto para ellos como para nosotros? Una incógnita, que la fe
quiere despejar afirmando positivamente.
El gurú Paramahansa Yogananda (1893-1952) sí creía que lo malo, lo dañino,
lo perjudicial, podían y debían proceder de Dios. ¿Para qué esta contradicción?
Si escribes con tiza blanca sobre una pizarra blanca nadie puede ver con
claridad lo escrito. Dios permite el mal para que veamos y valoremos el bien.
Un concepto se entiende porque existe su opuesto, con el que se establece un
contraste. Esto es muy propio de toda la filosofía oriental y también del
hinduismo. Lo negativo del mundo constituye su sombra. La única superación de
esa sombra es la búsqueda plena de la Luz de Dios. Sentir su cercanía, abrirse
a Él y unirse a Él, es superar cuantas calamidades puedan darse en esta vida. Es
una visión paternalista de Dios. Dios
nos recibe aún vivos, nos abraza, sentimos paz y gozo bajo Él, en esa fusión
mística con su Ser. Yogananda concebía el ser humano como una proyección del
Creador: estamos hechos a su imagen y semejanza. Pero nuestro cuerpo es
limitado: envejece y enferma. Solo nuestra alma, nuestra no corporeidad, puede
crecer, fortalecerse, a través del Amor, de la comunión con lo divino. Cuanto
más hagamos crecer nuestra alma, mediante el desapego y la meditación, más
sentiremos con nosotros la presencia de la divinidad y de su vivificante Luz.
Eso es lo que significa “Emmanuel”: ‘Dios con nosotros’. Y Dios en nosotros. Estamos vivos cuando
sentimos a Dios; cuando lo llevamos dentro.
Apunta el sabio Yogananda: “El único propósito de la creación es
obligarte a resolver su misterio y a percibir a Dios, quien se encuentra en el
fondo de todo. Él desea que olvides todo lo demás y que solo le busques a Él. Una
vez que hayas encontrado refugio en el Señor, no existirá conciencia de la vida
y de la muerte como realidades. Entonces verás todas las dualidades como los
sueños que suceden mientras duermes, que van y vienen en la eterna existencia
de Dios.”
Concepción de Dios-Gong. De
Dios-Campana. Despierta a mi Amor, para que seas liberado de tus limitaciones. Y,
a la vez, por reciprocidad, libérame a Mí Mismo, encerrado como estoy dentro de
ti, de tu alma. Solo purificando tu alma del fango, del polvo terrestre, te
bañarás en mi Luz y me liberarás contigo.
Dios necesita que de vez en
cuando nos subamos a sus rodillas y le tiremos de la barba. Que le hagamos
caso. Y así, haciéndole caso, superaremos todo infortunio. No nos acordaremos
de lo peor de esta realidad. Porque estaremos con Él y le tendremos a Él aun
antes de haber muerto.
Dios es un Dios celoso. Nos da la
vida, mas no gratuitamente. Quiere que se lo agradezcamos constantemente (o de
vez en cuando). Que pensemos que Es, que existe. Que nos necesita tanto como
nosotros a Él, para así --¡oh, mortales!-- disfrutar de Eternidad. Adán y Eva fueron
expulsados del Paraíso después de probar del Árbol del Conocimiento y antes de
comer del Fruto de la Vida Eterna. No quiso Dios que fueran como Él, inmortales
con conocimiento.
Durante todas las vicisitudes del
pueblo hebreo en el Antiguo Testamento, Dios no alcanzó nada concreto con la
Humanidad. Ni el Hombre con Dios. Fue como dos océanos, cuya diferencia de
salinidad les impide juntarse. Vino Jesucristo al mundo, y parece que la
situación cambió a mejor. La Alianza definitiva: la Salvación del Hombre, la
victoria de Cristo sobre el Mal y sobre la Muerte, y la instauración de la
Divina Gracia y Misericordia por Amor de Dios a sus criaturas.
Si queremos creer, solo en eso
podemos confiar: en nuestra victoria final sobre la muerte, merced al triunfo
del Hijo del Hombre sobre ella y sobre el pecado. Viviremos si creemos en Dios
y si amamos con toda la fuerza de nuestro corazón, y somos misericordiosos con
nuestro entorno: semejantes, seres vivos, Naturaleza. Solo de ese modo se puede
entender (y admitir como válida) la expresión eufemística “Pasar a mejor vida”.
Sí, así es. Si sentimos a Dios,
verdaderamente pasamos a mejor vida.
Dejemos que Dios nos sueñe. Mientras
vivamos, no lo despertemos. Ya despertaremos nosotros también.
© Antonio Ángel Usábel, noviembre
de 2018.