Raquero (Archivo Javier Ortega)

Raquero (Archivo Javier Ortega)

PRESENTACIÓN DEL BLOG:

"Síguela, que es buena,

síguela, que es mala,

síguela, que tiene

pelos en la cara."




Según Esteban Polidura Gómez, esta coplilla la celebraban los raqueros de Santander a despecho de la contrariada autoridad municipal, allá por 1864, cuando aquel escritor contaba unos doce años, y Pereda daba a la imprenta sus Escenas Montañesas.



Tomo ahora prestado el primer verso para iniciar la singladura de este blog, que debe tener contenidos educativos, relacionados con la Lengua castellana y su Literatura.



Espero que sea del gusto del lector, que en él se propongan enseñanzas motivadoras, útiles y edificantes, y que se nutra de la aportación de todos los interesados en estos temas.



Muchas gracias a todos/-as por hacerle un pelín de caso.



¡Adelante, pasen sin llamar!

sábado, 12 de mayo de 2012

La Educación, Phileas Fogg y el "Enriqueta".


Cuenta Julio Verne que el caballero Phileas Fogg, para ganar las veinte mil libras de su apuesta de que sería capaz de dar la vuelta al mundo en ochenta días, se gastó sesenta mil dólares en comprar un viejo vapor de hierro y madera, con el que cubrir las 3.500 millas que separan Nueva York de Liverpool. Ni corto ni perezoso, con la ayuda de Picaporte y de la marinería, para dar más presión a la maquinaria, se puso a desmantelar el Enriqueta en alta mar. Y así, a costa de la toldilla, el entrepuente, los paramentos de los camarotes, el puente, los palos, las sillas y mesas, y si se me apura, hasta los mondadientes, el barco pudo alcanzar sus buenos doce nudos y llegar a Inglaterra. A costa de sacrificar lo innecesario para alzarse con lo indispensable, quedó en el casco de hierro y poco más. El objetivo estaba cumplido.

España va ahora a bordo de otro Enriqueta, que además de ver cómo pierde cada día una parte de su estructura, lleva una importante vía de agua en el casco, y amenaza hundirse si no llega a puerto pronto. El doble problema es que en él viajan la Educación, la Sanidad, las pensiones, y el empleo precario de muchas personas. Voy a volver a ocuparme, una vez más, de la Educación, de la Enseñanza, que es la materia que mejor conozco y la asignatura que mejor llevo aprendida.

Desde el gobierno del Partido Popular se habla de incentivar la calidad de la Enseñanza, que está bajo mínimos. Se propone gestionar mejor los recursos y rehacer el currículum y las opciones educativas del programa de estudios. Bien, noble propósito. Pero ya me dirán cómo sin inversión de capital. ¿Cómo construir itinerarios, diseñar planes de inserción laboral para alumnos desmotivados (o discapacitados), replantear el Bachillerato y los contenidos de las enseñanzas medias obligatorias, dignificar la Formación Profesional, etc… sin dinero? Lamentablemente, no tenemos al genio de Aladino para que haga todo eso por arte de magia.

A los profesores se nos está pidiendo, contradictoriamente, que aumentemos el número de horas de clase a la semana, que contemos con más alumnos en el aula, que dispongamos de menores recursos de ayuda, ¡ojo!, no solo para nosotros, sino también para los alumnos, que los necesitan. La última genialidad del actual ministro de Educación, José Ignacio Wert, fue plantear la conveniencia de meter más niños por clase, porque, según él, así socializan más, que si no están demasiado solos los pobrecitos. Así se dan más calor y coba fraternal unos a otros. ¡Ni que estuviéramos en la época de las inclusas de Dickens!

Así pues, a todas luces se ve que no puede existir buen propósito si no hay raciocinio. ¿Cómo conseguir mejorar los niveles de comprensión y las competencias de los alumnos, si se piensa en meterlos en el camarote de los hermanos Marx? No se puede hacer como los publicanos y fariseos, que predicaban obrar conforme a la ley, y luego hacían a su antojo todo lo contrario. Lo malo es que vivimos en un país que se traga todo, menos que un equipo de los grandes baje a segunda división. Entonces es cuando la gente, haciendo suya la causa del calzoncillo y la camiseta, se echa a la calle en airado malestar. Lo vemos a diario los profesores con esas familias que casi se desentienden de la evolución y aprendizaje de sus hijos adolescentes, que ni se dejan ver por el instituto en todo el curso, que les importa un bledo si sus chicos repiten y se estancan, y que solo les interesan las seis horas de gratuito recogimiento del menor que se ofrecen al día. Como si el colegio fuera una guardería. Nosotros –y me enorgullece afirmarlo—nos preocupamos por sus hijos mucho más que ellos. ¿A cambio de qué? De la ingratitud, que es un mal de la sociedad española –como se encargó de denunciar Galdós--, disfrazada a menudo de la indiferencia, cuando no de la crítica, o hasta del insulto mezquino.

La Educación no se puede llevar –como hay quien pudiera pretender—un cheque en blanco, porque es tarea de todos: en principio de nosotros los docentes, pero también de los propios chicos, sus familias y la sociedad entera. Si no colaboramos todos, el dinero que se invierta se irá por la alcantarilla, como la ilusión de las banderitas de papel en Bienvenido, Mr. Marshall. Por eso, cualquier plan eficaz que se acometa tiene que ser consensuado, apoyado y realizado por el país en su conjunto. ¿Qué salvó a Gran Bretaña en los difíciles tiempos en que su cielo era un infierno? El tesón y empuje de un líder carismático que supo transmitir a su pueblo que el sacrificio que se hacía era lo que se debía hacer. Y así pudo contar con la ayuda de todos.

Fe, confianza en el sacrificio, en el esfuerzo, en la labor común. Para ello, transparencia, honestidad y ejemplo de nuestros mandatarios. Hay que devolver la confianza a la gente que hace la nación.

Para salir de una crisis se necesita confianza y empeño. Hay que favorecer la cultura del esfuerzo. Los adolescentes deben saber que el aprendizaje exige que ellos pongan de su parte, y que si bien el universo global informático y tecnológico es una herramienta, solo será útil si es bien utilizada. No se aprende pasando horas delante del ordenador, si uno, previamente, no ha sido educado, desde pequeñito, desde los seis o siete años, en ejercitar la atención, la comprensión y la memoria. Se estima que el 30% de los niños que acaban la Primaria no saben leer adecuadamente: cambian sílabas, se comen palabras y no son capaces de reflexionar sobre lo leído. Evidentemente, las primeras fases del aprendizaje son cruciales para construir un edificio sólido. Debe, por ello, fortalecerse el trabajo de los niños durante la Primaria, desde los seis años en adelante. Hay que madurar la comprensión lectora, la reflexión escrita y oral, el vocabulario, las habilidades de cálculo mental. Y perder el miedo a fortalecer los contenidos conceptuales, porque es la única manera de reforzar al alumno a medio y a largo plazo. Como ha observado José Antonio Marina, el adolescente de hoy madura cada vez más tarde, porque se le pide menos. Se baja el listón, y el muchacho se acomoda a lo fácil. De tal modo que es muy difícil imponer al año siguiente lo que antes no se ha trabajado. Dejemos --¡pobre!—que el alumno no acentúe bien, que pase con faltas, que no sepa resumir un texto, que no sea capaz de escribir cinco líneas con sentido… ¡Ya se encargará de solucionarlo el profesor del curso próximo, o el de los años venideros! Total, no suelen venir los padres para decir: “Si mi hijo no sabe, que no pase; exíjanle Vds., que yo cumpliré también con lo que me toca”.

La administración debe terminar con la promoción automática. El alumno que no ha aprendido lo suficiente, no puede pasar de curso, como de hecho hasta ahora está sucediendo. Esos alumnos –cuando son varios en una clase-- perjudican seriamente el rendimiento de sus compañeros. No hay mayor pecado que no querer aprovechar una oportunidad. Para comprometer a las familias, la enseñanza debería resultar gratuita solo conforme a los resultados obtenidos. Es decir, en el momento en que un alumno repitiera curso, se debería cobrar su plaza a sus padres. Siquiera una cantidad simbólica el primer año, pero severa si el fracaso continúa. Hay que obtener de las familias una voluntad de compromiso. En mis tiempos de estudiante, conocí chicos de extracción humilde, que a lo mejor hasta tenían que ayudar en casa o en el trabajo de los padres, y que sin embargo eran alentados a estudiar y a conseguir unos buenos resultados. “Yo no estudié –se solía oír--, pero quiero que mi chico estudie. Y más le vale que se aplique”. No les pasó nada por ello, ni acabaron desquiciados o tarados por pedirles ese esfuerzo. Algunos, bastantes, han hecho carrera. (Yo mismo soy hijo de un padre con el Bachillerato elemental y una madre con poco más. Cursé una carrera y un doctorado, sin un modelo en casa, pero sí con el apoyo de mis padres y la exigencia constante de un empeño. Y mi hermano también logró su licenciatura).

Estoy de acuerdo con el gobierno del PP en aumentar las tasas académicas universitarias de acuerdo al nivel de aprovechamiento. Que quien no aproveche su plaza, pague mucho más. Hay mucho “niño de papá” yendo a la cafetería de una Facultad a perder el tiempo dos o más años, y sin embargo pagando igual que quien le cunde. Esa misma medida, o parecida, sería de aplicación en la ESO y en el Bachillerato subvencionado. Ninguna de nuestras universidades (79) se halla entre las 150 mejores del mundo, mientras que tan solo el estado de California –tierra a la que bautizamos nosotros con un nombre mítico sacado de las Sergas de Esplandián—tiene diez campus de excelencia. Y recordemos que llevamos ya unos cuantos años con universidades privadas, y no solo públicas. Claro que, en EE.UU., no se queda enseñando un profesor que no demuestre competencias superiores en su cometido educativo.

No hay que igualar a la baja –como la LOGSE socialista defendió—sino al alza. En realidad, los desdobles en ciertas clases deberían servir para motivar el progreso de los alumnos, y elaborarse a partir de los más esforzados, como se obra en países europeos de nuestro entorno. ¿Tiene derecho a recibir ayuda el que quiere y no puede? Por supuesto. Y es ese uno de los capítulos para la mayor inversión económica. Porque hay que dar opciones: itinerarios, formación en el ámbito profesional, diversificación y modernización del currículum. Quizá una buena iniciativa sería dar presencia al mundo empresarial y emprendedor dentro de la escuela, a través de asignaturas del tipo “el mundo de la empresa”, y ciclos de charlas de profesionales del medio con los alumnos. La escuela tiene que responder a la demanda laboral y formativa del momento, y no debe ser algo viejo y anquilosado. De otro modo, perjudicamos el futuro de nuestros alumnos, distanciándoles del mundo real. En lo que nos atañe, los profesores no deberíamos ver a esos profesionales como a unos “intrusos”, sino como a unos colaboradores, representantes de lo que la sociedad propone. Tenemos que perder el miedo a la realidad.

Muchos jóvenes son demasiado “felices” ahora, y poco responsables. Siempre he recordado a Simón Rodríguez, maestro ilustrado de Bolívar, quien defendía que los niños no deberían abandonar la escuela sin haber aprendido antes un oficio. El Sr. Francisco Aranda, vicepresidente de FENAC, resume el problema en cuatro factores fundamentales: el rápido envejecimiento de la población española, sustituida, cada vez más, por unos trabajadores poco preparados; la escasez de ofertas en estudios de diplomatura (cualificación media), que van a ser mayormente demandados en los próximos lustros; la nula correspondencia entre el currículum escolar y la demanda laboral; y por último, el elevado desempleo juvenil que presenta España: un 50%, altísimo, frente a la media europea (22,4%). Los propios investigadores Manuel de la Cruz y Miguel Recio Muñiz, del proyecto Active Progress de CC.OO., reconocen la casi nula posibilidad de inserción laboral de los jóvenes que han abandonado los estudios y presentan, por ello, un perfil no cualificado. ¿Qué se puede hacer –a mi modo de ver-- para que los jóvenes se formen y no claudiquen? Mayores y más seductoras ofertas formativas en los centros escolares; concienciación sobre la ley del esfuerzo en alumnos y familias; participación de toda la tribu en construir un sistema sólido y consensuado.

Y la administración debe estar ahí para dar ejemplo de conducta y para potenciar los recursos educativos, que exigen, no una inversión sin resultados, sino comprometida. Ya que vamos en el barco de Phileas Fogg, por lo menos que lleguemos a puerto.

En Madrid, a ocho de mayo de 2012.

Antonio Ángel Usábel

(Profesor de Enseñanza Secundaria)

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